Y cómo se hace: fijando la atención en un solo objeto, mirando el mundo a través de él, dando significado profundo a cualquier cosa relacionada, informando con estructura de parte de guerra (por la mañana, al mediodía, por la tarde, por la noche, mínimos movimientos de tropa, bajas y victorias), desconfiando de lo que se dice, de lo que se hace…
Me cae bien la gente que sabe que el enemigo es el pánico (su obra acaba siendo muy superior a la de cualquier crisis) y que lo combate. Tengo una amiga que cada vez que va a la bancarrota (una cada tres años, de media) cambia el coche y los sofás. La semana pasada me visitó una pareja de parientes (personas modestas) que se estaba dando vacaciones aprovechando que los dos se habían quedado en el paro al unísono. En fin, que sin embargo el miedo es de pobres (de espíritu).
Contra el pánico, pocos antídotos superan al de la lectura, ese contacto con los muertos y los vivos que dejan su rastro de almas efímeras, pero de grito eterno. Y es que nosotros los mortales pertenecemos a la eternidad, y caducamos sólo para demostrar que aun desapareciendo persistimos. Un texto es una prueba de la continuidad del tiempo y del sentido, de la desgracia y de la esperanza que acompañan a esta vida, del consuelo que requiere, de la inutilidad y miseria de temer aquello que de tan temible no es lícito temerlo, de distinguir entre lo que podemos llegar a saber y lo que nunca sabremos, de aceptar el amor que se nos da y el que ofrecemos no como garantía de nada, sino como iluminación de nuestro humilde lugar en el mundo...
Abran páginas para que el miedo escape, no sea que sin darse cuenta lo hayan dejado encerrado en mitad del pecho.
(Alejandro Gándara, blog "El Escorpión")